Arrancamos con la demolición de la estructura vieja a las 5 de la tarde, con los compañeros que fueron llegando sin que existiera convocatoria, cuando se termina el trabajo para el patrón y el barrio ampara cierta libertad. Primero Marcelo, soldador con 40 años de trabajo-no-voluntario, se acercó para tomar unos mates y terminó a los mazasos tirando muros; más tarde Diego, que no le hizo caso al cansancio que deja una jornada entera haciendo hormigones y se vino sin pasar por su casa; y Carlitos, y Adrían, y Lisandro, y Matías.
El trabajo voluntario es eso, ganas de juntar nuestros esfuerzos para crear el barrio y el mundo en el que queremos vivir. Tal vez, sin darnos cuenta, podremos ir en la dirección de eso que escribió un compañero hace 41 años: “El hombre comienza a liberar su pensamiento del hecho enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece más, sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a la vida común en que se refleja; el cumplimiento de su deber social.”
Mientras tanto nosotros pudimos cerrar la jornada brindando, con la sidra que aporto el vecino de al lado, por el Taller de Oficios y porque las cosas dependen de nuestras ganas y nuestro esfuerzo.
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